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De «deliciosa ambrosía» calificó un entusiasta, en el siglo XVII, a los ejemplares de esta especie que se encuentran en las islas del Canal de la Mancha.
Estos mariscos de carne blanca y concha curiosamente parecida a una oreja, cuyo interior resplandece con colores perlados, aún se pueden encontrar frescos en las islas del Canal y en la costa bretona en ciertas épocas del año.
Las orejas de mar frescas, aunque sean pequeñas, necesitan golpearse para que resulten tiernas.
Las muy pequeñas se pueden comer crudas con un poco de zumo de limón, y las mayores se cortan generalmente en rodajas delgadas para marinarlas en vino blanco, aceite, hierbas aromáticas y chalotas picadas; después se fríen en mantequilla, muy rápidamente porque el exceso de cocción las endurece.
También se pueden preparar, como las almejas, en una sopa o en cazuela.
Las orejas de mar enlatadas son un buen sustituto de las frescas, pero las secas no merecen el esfuerzo de volverlas comestibles: necesitan cuatro días de remojo antes de que se pueda hacer nada con ellas.