Cómo servir los melones

Libro de cocina
[Gastronomía]


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Aunque las variedades más aromáticas van muy bien sin condimento alguno para postre, el melón se puede servir en ensalada, con hojas de menta fresca y un aderezo de aceite y limón; con naranjas y berro, o con apio y cebolla finamente picados y acompañado con aceitunas y mayonesa.

La mezcla puede parecer rara, pero responde a una antigua tradición: una lista de ingredientes para una ensalada del siglo XVII ya incluía el melón, como también ideas para comerlo con sal y pimienta.

El jengibre molido, mezclado a veces con azúcar, ha tomado el lugar de la pimienta —que a su vez había desplazado al polvo de almizcle— como condimento habitual del melón.

Los golosos suelen servirlo con azúcar, ya que incluso el melón más dulce ve realzado su sabor con él, pero echar oporto u otro vino aromático en la fragante cavidad de un melón es un error, porque ambos resultarán arruinados.

Una fragante tajada de melón, presentada sobre su propia corteza tras haberla separado de ella con un cuchillo afilado, y servida con delgadas y traslúcidas rebanadas de jamón es una de las entradas más deliciosas.

Los franceses solían presentar los melones exclusivamente como entrada: por lo general, cantalupos entriados, cortados por la mitad y servidos sobre un lecho de hielo picado, pero a veces, en el caso de las variedades más grandes, en tajadas, con la carne ya cortada y dispuesta nuevamente sobre la corteza.

Actualmente los melones han ocupado el lugar que les corresponde en los postres, se encuentran en ensaladas de fruta, mezclados con un surtido de frutas frescas, cortados en dados junto con uvas o pasas de Corinto, o bien en forma de helados y sorbetes, hechos con zumo de naranja y de limón y servidos, si es posible, con fresas silvestres.

Como es natural, los mejores melones no necesitan aderezo alguno pero se puede preparar una refrescante ensalada de melón con bolitas o cubitos de melones anaranjados, blancos, verdes y escarlatas, azucarados y enfriados: una fiesta para el ojo, y para el paladar una oportunidad de distinguir sabores delicadamente diferentes.