La familia de los gallos salvajes

Libro de cocina
[Gastronomía]


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El sabor y aroma de estas aves es uno de los mayores deleites de fines del verano y comienzos de otoño.

En la controversia referente a si desde el punto de vista culinario son mejores las perdices o los gallos salvajes, el que mejor resiste la comparación es el gallo salvaje rojo del norte de Gran Bretaña, el Lagopus scoticus. Todos sus numerosos parientes tienen sus méritos propios, pero ninguno se equipara al gallo salvaje rojo, que es más pequeño que sus parientes y que tiene un delicioso sabor, quintaesencia de las aves de caza.

Como los gallos salvajes jóvenes son sorprendentemente parecidos a los viejos (salvo que, como las perdices, tienen diferentes las puntas de las remeras), y no se puede aprender mucho sobre ellos comiéndolos unas pocas veces en una década, lo mejor es ir a comprar estas avecillas a un proveedor realmente experto en piezas de caza.

Con su sabor característico, los gallos salvajes son aves de hábitos alimentarios muy pulcros; su dieta está constituida por brezo, larvas e insectos pequeños, y son muy fáciles de cocinar a la perfección.

Los ejemplares jóvenes, de menos de un año, han de envolverse en tocino y asarse de la forma más simple posible: 15 a 20 minutos en horno fuerte, hasta que estén rosados y ligeramente poco hechos.

La mejor mane ra de servirlos es sobre una tostada o una rebanada de pan frito, acompañados de patatas paja y unos berros.

Los ejemplares mas viejos, si bien son deliciosos, necesitan más tiempo de cocción.

Salen muy bien en pastel o en un budín, y también braseados, con vino tinto y un caldo rico en apio, cebollas y zanahorias, al que se agregan cebollas tiernas antes de terminar la cocción.