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Familiar en la cocina de los países mediterráneos, el calamar es delicioso si al prepararlo se tiene en cuenta la norma de que la cocción debe ser o muy breve o muy larga: los tiempos intermedios harán que quede tan duro como el caucho.
Una vez limpio, la bolsa se puede rellenar con una mezcla de carne y las patas del calamar, todo picado, para después hornearlo en una salsa de tomates sazonada con ajo.
También se puede cortar en anillos que se fríen directamente o bien pasándolos antes por una pasta para freír ligera.
Los más grandes se pueden guisar, en cazuela, con aceite de oliva, vino y tomates.
En España, se sirven a veces dos platillos de calamar al mismo tiempo: en uno un fragante guisado hecho con las patas, cebollas y ajo, y en el otro el cuerpo, cortado en anillos, recién fritos y crujientes.
Los calamares también se pueden hervir muy rápidamente —se endurecerán si se dejan más de uno o dos minutos, momento en que pierden su aspecto perlado y transparente— para después incorporarlos a una ensalada de frutos de mar.
Los más pequeños, cuyos frágiles cuerpecitos no miden más de 8 cm de largo, se pueden freír muy rápidamente en abundante aceite muy caliente, pasados antes por una pasta ligera hecha con huevo y harina.