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En otoño, son la alegría del campo.
Quien no tenga ocasión de salir a cosecharlas puede comprarlas, frescas, húmedas y jugosas en las buenas tiendas.
Para Navidad, su bonita vaina se habrá secado y la cáscara ya estará dura y del conocido color castaño.
En cuanto al fruto, estará menos lechoso, pero sigue siendo bueno tanto para comer como para cocinar.
La omnipresente mantequilla de cacahuete ha hecho bastante sombra a la de avellanas, que es sumamente agradable; y aunque las almendras son la guarnición más habitual para el pescado, la trucha con avellanas también queda muy bien.
Pero donde más destacan es en la preparación de budines, pasteles y helados.
Para pasteles y budines no se necesita ni harina ni sustancias grasas: las avellanas tienen los aceites suficientes, y son lo bastante amiláceas, como para suplir ambos ingredientes.
Basta molerlas y combinarlas con huevos y azúcar, con o sin crema, según sea el caso, para tener un completo repertorio de suculentos platos y postres.
Las avellanas se pueden comprar peladas, enteras, molidas o picadas, también se encuentran completas, con cáscara, y hay que recordar que cuanto más pesadas sean, tanto más llenas estarán.