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Una piña entera sobre la mesa es un espectáculo realmente suntuoso.
Las piñas frescas forman parte de muchos platos en su habitat tropical nativo, donde son abundantes y baratas, y es en los trópicos donde se originó la idea de servirlas calientes, como acompañamiento de aves de corral, chuletas de cerdo y jamón.
La piña es mejor cuando es fresca y cuando se sirve simplemente con azúcar y tal vez con un toque de kirsch, aunque ahora que se importan en cantidades importantes se ven a veces fritas, asadas enteras al horno, flameadas con canela y ron, rociadas con zumo de lima; intervienen también en la preparación de diversos rellenos para tortillas dulces.
Cuando se compra una piña, ésta debe estar bien madura y fragante.
Si el extremo del tallo está mohoso o manchado, la fruta magullada o las hojas marchitas, la piña no está en sus mejores condiciones.
Una piña sigue madurando después de cosechada, y una que esté casi a punto terminará de madurar en casa, pero una piña que no esté madura, no tenga aroma y sea de color desigual jamás llagará a la completa madurez.
Las pequeñas suelen ser de sabor más delicado que las grandes.