Frutas de enredaderas: Las uvas

Libro de cocina
[Gastronomía]


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Las uvas pueden ser pálidas, de un color dorado paja y ambarino, de diversos matices del verde, el rosado y el escarlata, y de un intenso azul-negro con un rico tinte plateado.

Pueden tener forma de lágrima, ser ovales o redondas, grandes o pequeñas, venir en racimos densos o sueltos, pero todas las uvas actuales descienden de una variedad silvestre.

El principal papel de las uvas consiste, naturalmente, en ofrecer al hombre «el más selecto don de Dios»: el vino.

La uva contiene todo lo necesario para hacer vino: en el polvillo que la recubre lleva levadura, tiene azúcares naturales para alimentar la levadura, tanino en la piel y las semillas, así como los ácidos naturales necesarios para proporcionar un medio adecuado para que la levadura produzca alcohol.

Pero desde hace mucho tiempo —y con toda razón— las uvas celebradas por algo más que el vino que producen.

El zumo de uvas frescas desempeñaba un importante papel en las cócinas medievales.

El jugo ácido que caracteriza a las uvas cuando aún no están maduras se exprimía para hacer verjuice —un líquido verde y picante que se usaba en vez de vinagre para dar sabor a salsas— y el zumo dulce de la fruta madura, antes de que se concentre secándose al sol —con lo que las uvas se transforman en pasas— se hacía hervir y se reducía hasta obtener un jarabe que se usaba como sustituto de la miel.

También las «curas» de uva fueron antaño muy populares.

En la sociedad eduardiana inglesa, después de haber comido con exceso durante toda la temporada, se solía pasar una semana a dieta exclusiva de uvas, en el intento de recuperar la línea y limpiar el sistema.

Esas uvas debían de ser las enormes y deliciosas moscateles de invernadero (la moscatel sigue siendo la más elegante de las uvas de postre), que tan pronto como hicieron su aparición los invernáculos, en el siglo XVII, se convirtieron en el orgullo de todos los caballeros de la Europa septentrional.